You are here
Ovidio y Chávez Jr. son el reflejo. NOTA DEL DIA PORTADA 

Ovidio y Chávez Jr. son el reflejo.

Comparte!

En México la violencia intrafamiliar no es un tema menor, nuestro Estado no es la excepción, constantemente se dan a conocer hechos de niñas, niños, mujeres, jóvenes, adultos mayores violentados por alguien muy cercano, familiar.

La violencia intrafamiliar es quizá, el espejo más claro de lo que verdaderamente somos como sociedad. Eso que no se grita en las plazas ni se transmite en cadena nacional, pero que se escucha tras puertas cerradas, en miradas apagadas, en silencios que duelen. Es una herida viva que sangra en muchos hogares, en ese lugar que debería ser seguro y que, hoy más que nunca, exige atención urgente.

Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, hasta septiembre de 2024, en Tamaulipas se registraron 6,362 denuncias por el delito de violencia familiar. Y aunque la cultura de la denuncia ha crecido, también sabemos que el verdadero número de casos podría ser mucho mayor. El miedo, la vergüenza, la dependencia emocional o económica, y la normalización de la violencia siguen siendo cadenas que inmovilizan, mordazas que impiden hablar. Lo que vemos en los datos oficiales no es el total… es apenas la punta del iceberg.

De acuerdo a datos del Observatorio Ciudadano es en la zona sur del Estado donde la situación es especialmente alarmante, tan solo en abril se abrieron 222 carpetas de investigación por violencia familiar en Tampico, es decir, cada tres horas se registra un nuevo caso. Y esto no son solo números: son hogares rotos, mujeres que viven con miedo, infancias atravesadas por el dolor, familias desgastadas por el silencio.

“Es un tema que nos debería dar mucha vergüenza a todos”, dijo con razón el coordinador del Observatorio. ¿Cómo es posible que una región con niveles educativos e ingresos por encima del promedio nacional, con acceso a cultura, deporte y recreación esté viviendo estos niveles de violencia en el espacio más íntimo y sagrado: el hogar?

No es un problema de recursos. Es un problema de conciencia.

Porque esto no debe normalizarse. No es parte de una “educación firme” ni de una “cultura dura”. Es el resultado de generaciones que repiten patrones, que heredan gritos y perpetúan traumas. Y casi siempre, el origen está ahí mismo: en casa, ese espacio que debería ser refugio emocional y no campo de batalla.

Hace poco escuché un testimonio que me estremeció: alguien que convivió con Julio César Chávez contaba que, aunque era ídolo del pueblo, en su casa le decía “menso” a su hijo, lo humillaba, no creía en él. Hoy, Julio César Chávez Jr. es el reflejo de esa herencia emocional. Ni la fama, ni el dinero, ni los cinturones pudieron borrar lo aprendido en casa.

Lo mismo quizá se pueda decir de Ovidio Guzmán, no nació siendo delincuente, pero si creció en un mal ambiente. ¿Realmente él tuvo oportunidad de ser distinto cuando vivió entre violencia, poder impuesto y un legado de sangre? Quizá, lo cierto es que a veces

la primera celda de una persona no es la prisión, es en su infancia, que quedan cautivos en su entorno, repiten patones familiares de los que no logran liberarse.

El académico Ricardo Ruiz Carbonell lo explica con claridad: “Cuando los gritos, insultos y maltratos son parte del día a día de un niño, eso afecta profundamente su desarrollo físico, mental y emocional.” Y cómo no. Si lo primero que aprende un niño es que el amor se mezcla con el control, que el respeto se impone con miedo y que los conflictos se resuelven con golpes, entonces no estamos educando personas libres. Estamos formando generaciones heridas.

La violencia familiar no se combate con más policías ni con más patrullas. Se combate desde la raíz: desde la comunidad, la escuela, los medios de comunicación, las instituciones, las organizaciones civiles, incluso desde las Iglesias. Desde los valores. Desde el ejemplo.

Entre los factores que agravan la violencia están el hacinamiento, la falta de espacios recreativos, la oscuridad en las calles, las adicciones y la desintegración familiar. Pero también está el silencio colectivo. El mirar hacia otro lado. El pensar que “en todas las familias pasa”, en normalizar las acciones violentas desde el hogar.

Urge poner atención para ir sanando sociedades, nuestro Estado necesita una cruzada por la salud emocional de los hogares. La prevención de la violencia comienza en lo más simple: en cómo hablamos, cómo escuchamos, cómo resolvemos, cómo amamos.

Porque si queremos un Estado más seguro, más justo, más humano, tenemos que mirar hacia el lugar donde todo inicia: el comedor de nuestras casas.

Quizá no podamos cambiar el mundo de golpe. Pero sí podemos cambiar lo que pasa bajo nuestro techo. Y si cada hogar se convierte en un espacio de respeto, amor consciente y comunicación, entonces Tamaulipas tendrá una oportunidad real de sanar.

Que la próxima generación herede afecto y no gritos. Escucha y no amenazas. Cercanía y no miedo.

Porque lo que se hereda en silencio… también puede romperse con valentía

2,978 total views, 0 views today


Comparte!

Related posts

Leave a Comment